Entre los muchos enigmas que aturden al pueblo aragonés, hay uno en especial que en proporciones grandiosas castiga a diario a los sedientos maños y baturros, y que, lejos de ninguna queja, soportan estoicamente. Son clientes y abonados de restaurantes, bares, mesones, tabernas, cantinas, tascas y garitos de ese sector empresarial o comercial tan extendido y respetable como apreciado y necesario para apagar los ardores de éste, nuestro Reino de Aragón,...y actualmente de La Aljafería.
Ante esta introducción, ¡sufridos lectores!, convendrán conmigo que no me estoy refiriendo ni a las vacas royas que barren de toreros nuestras fiestas, ni a las guapas y simpáticas rubias que pueblan, enriquecen y embellecen hasta incluso nuestro territorio árido tan suplicante de suma hidratación; lo que hoy quiero reprochar es, que en todo el Aragón testarudo no hay quién sirva la cerveza según cánones exactos, ¡qué no se tiran bien las cañas!, y que no se hace el honor debido a una bebida tan espumosa, refrescante y aromatizante, aún siendo productores de una de las mejores, en definitiva, que no se atiende apropiadamente al resignado paladar aragonés que, aunque fino es a menudo maltratado. A esmerarse y a pasar un agosto fresquito.