Opinión

Las vacaciones de la señora Cifuentes

Las vacaciones de la señora Cifuentes se van a convertir, como sigamos así, en un problema de Estado. La realidad supera la ficción, una vez más, y de un simple comentario banal e intrascendente se está haciendo toda una tesis doctoral sobre la motivación y las conquistas sociales.

Las vacaciones de la señora Cifuentes se van a convertir, como sigamos así, en un problema de Estado. La realidad supera la ficción, una vez más, y de un simple comentario banal e intrascendente se está haciendo toda una tesis doctoral sobre la motivación y las conquistas sociales.

El que una persona de forma voluntaria tenga o no tenga vacaciones es un problema absolutamente particular. No seré yo, profesionalmente hablando, quien desaconseje tener un periodo vacacional más o menos prolongado. Creo que es muy saludable realizar un cambio de hábitos y efectuar durante unos cuantos días al año actividades distintas a las que hacemos cotidianamente. Eso mejora el rendimiento, consigue aumentar la motivación, reduce los niveles de ansiedad basal y, en definitiva, mejora calidad de vida.

Dicho lo dicho, pasemos al segundo aspecto de mi reflexión. ¿Puede un político decir públicamente que no va a tomarse vacaciones? Poder, lo puede decir; eso a estas alturas resulta obvio. Lo preocupante es la interpretación que cada uno le quiera dar, interpretación que depende siempre más del que interpreta que del interpretado.

Unos dirán que es un mal ejemplo y por lo tanto el fallo estaría en que como los políticos son ejemplo y modelo a seguir, se estaría mandando un mensaje subliminal preocupante. Otros hablarán de que un mensaje como este pretende agredir a aquellos políticos que sí las toman, llamándoles así sutilmente vagos o perezosos. Habrá quien vea en el comentario una llamada de atención positiva, ya que los políticos disfrutan, en según qué casos, de unas vacaciones permanentes durante el resto del año y que al menos uno trabaje hasta en verano es de agradecer. En fin, como vemos cada uno puede interpretarlo como mejor le plazca.

A mí personalmente los que se dedican a la “Res Pública” en su vertiente política hace tiempo que dejaron no solo de interesarme, sino incluso los veo más como un problema con el que tenemos necesariamente que convivir. Hoy los políticos, salvo honrosas excepciones, no son ejemplo de casi nada. Ni de categoría intelectual, ni de comportamiento moral, ni de actitud de servicio. Hoy, la inmensa mayoría son individuos que se acomodan a una disciplina partidaria y que reciben por ello la mayoría una recompensa salarial y social demasiado elevada para la labor que hacen.

Que no tenga vacaciones la señora Cifuentes no me dice nada como contribuyente, ni para bien, ni para mal. Harina de otro costal es la valoración que me merezca el hecho como estudioso de la salud mental.

Cuando alguien rechaza voluntariamente unos días de descanso lo primero que se podría pensar es que estamos ante una personalidad con rasgos obsesivos y, claro,  derivado de esa forma de ser surgela dificultad para delegar y para dejar en manos de otros lo que solo yo puedo hacer correctamente.

Por otro lado, también podría ser sugerente rechazar las vacaciones de la existencia de una “adicción al trabajo”, viéndolas en ese caso como un lastre o rémora, y no como un periodo de relax y una excelente y saludable manera de cargar las pilas.

Por último, rechazar voluntariamente las vacaciones puede tener incluso una interpretación psicoanalítica más compleja, pudiendo llegar a sugerirse actitudes narcisistas. Como queda puesto de manifiesto los psiquiatras somos un auténtico portento en esa afición tan generalizada de “sacarle punta” a todo.

Lo verdaderamente importante es que cada uno haga con su vida lo que mejor le plazca, con un tope claro y evidente: el perjuicio a los demas.  Y los demás debemos respetar lo que cada uno haga con su vida, aunque no estemos en todo o en parte de acuerdo con ello.

Por eso, creo que las críticas que se han vertido contra la señora Cifuentes son un despropósito, cuando una exageración interesada, llegando a presentarla ante la opinión publica como un ser siniestro que pretende desandar el camino andado de los avances en los derechos sociales.

Otra cosa es diferente sería si me preguntara la interesada mi opinión como médico psiquiatra. Entonces le diría con el máximo respeto que es muy conveniente que descanse, que se relaje, que se tome unos días y que cambie de aires. Le insistiría en que, como recoge la sabiduría popular, ¡No por mucho madrugar amanece más temprano!, señora Cifuentes.