Opinión

Los enfermos mentales: ¿enfermos de tercera división?

Eran las 9.30 horas del sábado pasado de esta calurosa primavera zaragozana cuando sonó mi teléfono personal. Al otro lado la voz de una mujer joven me pedía ayuda. Su madre estaba muy mal y no había sido posible ni que ella, la enferma, fuera a un psiquiatra, ni tampoco había conseguido que un psiquiatra fuera a su casa. Fin de semana y el problema se le iba de las manos.

Eran las 9.30 horas del sábado pasado de esta calurosa primavera zaragozana cuando sonó mi teléfono personal. Al otro lado la voz de una mujer joven me pedía ayuda. Su madre estaba muy mal y no había sido posible ni que ella, la enferma, fuera a un psiquiatra, ni tampoco había conseguido que un psiquiatra fuera a su casa. Fin de semana y el problema se le iba de las manos.

Yo soy, creo, uno de los pocos psiquiatras que en Zaragoza hace en ocasiones consulta domiciliaria a la antigua usanza, y tras los comentarios de la joven entendí que este era un caso que necesitaba una asistencia psiquiátrica urgente.

La consulta que me solicitaba era para una mujer de 50 años que desde hacia tiempo “hacía cosas muy raras”, metiéndose en muchos líos, enfrentándose a los vecinos, con problemas legales cada vez serios. En fin, que, según me dijo su hija,  había llegado a una situación insufrible al no comer a penas y a no salir de casa desde hacía varios meses por miedos y temores infundados.

Cuando llegué al domicilio me encontré con una mujer realmente angustiada, inquieta, desconfiada, recelosa, que aunque había sido avisada de mi llegada, ella repetía constantemente no saber nada. Vi también a un niño de unos 8 años, hijo de esta mujer, y a su pareja actual que esperaba anhelante mi llegada.

Tras una breve exploración inicial, pronto me di cuenta de que estaba ante cuadro psicótico y que era necesario su ingreso urgente. Ingreso, por cierto, que la médico de atención primaria, erróneamente, le había dicho horas antes que solo podía ordenar un psiquiatra, y como estos, los psiquiatras, en el sistema público de salud no se desplazan al domicilio, pasaban los días agravándose incomprensiblemente la situación.

El problema con los enfermos mentales graves es que nadie quiere “poner el cascabel al gato”, que nadie o casi nadie, está dispuesto a llevar sobre sus hombros tan pesada carga, salvo la familia más directa. El enfermo mental sigue, por desgracia, siendo un enfermo muy incómodo, de segunda, o mejor, de tercera división, a pesar de pagar sus impuestos como el resto de los ciudadanos y, por supuesto, faltaría más,  ser absolutamente inocente de portar el trastorno psíquico que le aqueja.

A los seres humanos, en general, no nos gusta aquello que no controlamos, y huimos de todo lo desconocido porque nos genera inquietud, y la enfermedad mental grave es el paradigma de todo ello. Claro, eso no sería un problema real si los que tienen el poder lo usaran para reconducir la situación; es decir, si los políticos oyeran a los técnicos y dieran un impulso definitivo para modificar la legislación vigente como venimos pidiendo desde hace varios años.

Nadie cuestiona que la enfermedad mental puede ser, a veces, más compleja de manejar que las otras. Y tampoco se pone en duda que estamos lejos de poder saber sus causas últimas y tener marcadores biológicos fiables para un diagnóstico de certeza. Todavía queda también un largo camino para poder prevenir los trastornos de la mente y hacer tratamientos causales y no solo sintomáticos. Pero a pesar de ello, y por muy “incómodos” y “problemáticos” (aspectos estos más que cuestionables si se hacen bien las cosas) que el enfermo psiquiátrico pueda ser, son también personas dignas y merecedoras de todo respeto y apoyo.

Lo ocurrido en nuestra ciudad el pasado sábado y que ha motivado la presente reflexión es, por desgracia, harto frecuente. Es imperioso modificar el sistema normativo y legislativo para que el tratamiento involuntario y urgente del enfermo psíquico no sea tan rocambolesco, sino que se convierta en una práctica tan normalizada como el que se pone en marcha ante un infarto de miocardio o en el caso de una fractura de pelvis.

En salud mental todavía estamos padeciendo los prejuicios y clichés obsoletos que han existido, sobre todo, lo que hace referencia a la mente enferma, relacionando a estos enfermos con conductas de agresividad, simulación, falta de esfuerzo personal, vicios, perplejidad, violencia y un largo e ignominioso etcétera.

El enfermo mental grave, sobre todo en la fase aguda de su padecimiento, no tiene una percepción real de lo que le está pasando y, por lo tanto, adolece del bien supremo de la libertad. Es por ello por lo que requiere tutela y, a veces, un tratamiento e ingreso involuntario y urgente. Para ello, en un estado de democrático y derecho son precisas normas claras que impidan los abusos, pero también que garanticen los derechos de los más débiles, en este caso del enfermo psiquiátrico.