Educación "desconcertante"

El partido que llevan jugando años, especialmente durante las últimas semanas, dos equipos, que deberían estar en el mismo bando, parece no terminar nunca. Me refiero a la batalla campal que tiene enfrentadas a la educación pública y a la concertada. Como madre y como docente de adultos, me lanzo a narrar mi experiencia y el punto de vista al que me lleva.

El partido que llevan jugando años, especialmente durante las últimas semanas, dos equipos, que deberían estar en el mismo bando, parece no terminar nunca. Me refiero a la batalla campal que tiene enfrentadas a la educación pública y a la concertada. Como madre y como docente de adultos, me lanzo a narrar mi experiencia y el punto de vista al que me lleva.

Tengo un hijo de cuatro años. Nunca me han gustado las etiquetas, pero circunstancias de la vida nos llevaron a escolarizarlo como ACNEE (Alumno con Necesidades Educativas Especiales). Nuestra intención era matricularlo en un centro concertado. El que fue “mi cole” hace ya unos cuantos años.

Es el que se sitúa más cerca de casa y de mi trabajo. Un centro pequeño y con ambiente familiar, profesores con años de experiencia (yo ya fui alumna de algunos de ellos). Estos docentes nos ofrecieron su apoyo y se mostraron dispuestos a atender las particularidades de nuestro pequeño. Sorprendente me resultó que, cuando llego el momento de decidirnos, por todas partes escuchábamos el mismo tipo de comentarios hacia la idea de llevarlo a un cole de esta índole: “En los públicos hay un equipo para completo de tres o cuatro personas”; “Los concertados no tienen personal adecuado, ni formado” “¿Por qué no lo llevas a uno público?; “Seguro que es mejor para él porque allí están más preparados”… Llegamos a dudar, pero, finalmente, mi marido y yo perseveramos en nuestra idea inicial y, optamos por lo que nos decía la intuición.

Casi dos años después confirmo que tomamos el camino adecuado. En el centro educativo del que hablo no disponemos de un equipo de psicólogos, logopedas, profesores de educación especial, ni fisioterapeutas. No lo hay, porque este sistema, en el que todos pagamos impuestos, no lo contempla así. En el lugar que escogí libremente para que mi niño estudie hasta que tenga 16 años (si no lo hacen desaparecer antes), existe un equipo de profesores con vocación. Un grupo volcado en el aprendizaje de cada alumno y en su desarrollo progresivo como persona. En esta escuela hay humanidad, hay empatía hacia las sugerencias de los padres. Y, lo que para mí ahora es más importante, mi pequeño se adaptó rápidamente, le encanta ir allí cada mañana; está atendido en lo que requiere. Y, por supuesto, mantengo comunicación constante, tanto con su maestra, como con su orientadora. Esta orientadora, una sola,  cubre como buenamente puede con los cometidos de varios de esos profesionales que la Administración no asigna para los concertados. Nuestros dirigentes, en vez de buscar alternativas para que este tipo de alumnado esté bien atendido en todas y cada una de las escuelas de Aragón, se dedican a dar titulares impactantes como que en la concertada no se quiere acoger a niños con ACNEE ¡Cuánto vende en los medios de comunicación esto de las etiquetas y comentar cómo se trata o cómo se debería cuidar a los chicos que las llevan! Pues ¡qué sepan que a mi hijo en la concertada lo están atendiendo estupendamente y con menos recursos!

Quiero aclarar que no tengo nada en contra de la enseñanza pública, a la que también contribuyo con mi dinero. Al contrario, para mí es esencial y hay que velar porque siga mejorando constantemente. No voy a profundizar sobre ella, ni sobre su funcionamiento, porque durante mi educación en un colegio concertado, me enseñaron que no se debe juzgar aquello que no se conoce. Reconozco que me duele que nuestros políticos, que no sé a qué tipo de escuela irían en su infancia, sí opinen sobre lo que, por lo que veo, no saben.

Por otra parte, aunque en la misma línea, hace unos días escuché en la radio a un experto en estos asuntos diciendo que los espacios de educación concertada “son elitistas”. Con ese adjetivo se refería a que no acuden a ellos niños cuyas familias proceden de otras nacionalidades, o como él mismo dijo: “extranjeros”. Me resulta curioso, porque, en la clase de mi hijo, la mitad de los alumnos son de ascendencia rumana, cubana, colombiana, mexicana, venezolana o marroquí. Puntualizo que conozco la procedencia de todos porque después de oír esas declaraciones, me dediqué con delicadeza a preguntar a las mamás de estos niños sobre sus orígenes geográficos. Antes no lo había hecho, simplemente porque en ese mismo cole concertado aprendí, hace ya casi un par de décadas, que el color de la piel o venir de otras partes del planeta no importa para crecer en igualdad. Todos somos ciudadanos del mundo ¿no?

En la Constitución, concretamente en el artículo 27, se contempla de forma muy clara que en este país tenemos libertad para escoger qué tipo de enseñanza queremos para nuestros hijos. Desde mi posición como madre, observo “des-concertada” el conflicto que sigue trayendo consigo este tema y me cuesta creer que lo que yo he vivido con el caso de mi hijo sea una excepción. Creo que, al final, todo depende de cómo se mire y de por qué lado se “venda” ¿Por qué complicamos tanto algo que debería ser sencillo?  Me resulta difícil comprender cómo pretendemos educar en valores, en igualdad, en cooperación y en tolerancia, con esta actitud de rechazo hacia la diferencia y hacia una libertad de elección que está protegida por la ley.

¿Por qué no somos capaces de defender un sistema educativo que sume y que se equilibre? ¿Por qué siempre nos empeñamos en que haya buenos o malos o en que todo sea blanco o negro? Con lo enriquecedores que son los colores ¿Es necesario quitar a unos para dar a otros? ¿Tan difícil es alcanzar una fórmula en la que quepan las distintas opciones? ¿Acaso no hay recursos para que cada uno podamos dar a nuestros hijos la educación que consideremos más adecuada? Concluyo diciendo que: dificultoso me parece dar ejemplo a las nuevas generaciones de entendimiento, respeto y sinergias ¿Cómo vamos educar bien si en esto, que es la base para forjar su futuro, no estamos dispuestos a entendernos, ni nos respetamos, ni hacemos por lograr que el todo sea más que la suma de las partes?