Opinión

No más coach, please

Cuando oigo la palabra coach no echo la mano a la pistola, tal como decía Albert Leo Schlageter que obraba al escuchar la palabra cultura –luego, la frasecita se la han atribuido a otros- pero sí que me prevengo con la guardia alta y el uniforme de soportar chorradas. Cuanto más ignorante es la persona y menos títulos ostenta, más tiende a colocar el feo barbarismo en su tarjeta o como se diga ahora, que se dirá en inglés.

Cuando oigo la palabra coach no echo la mano a la pistola, tal como decía Albert Leo Schlageter que obraba al escuchar la palabra cultura –luego, la frasecita se la han atribuido a otros- pero sí que me prevengo con la guardia alta y el uniforme de soportar chorradas. Cuanto más ignorante es la persona y menos títulos ostenta, más tiende a colocar el feo barbarismo en su tarjeta o como se diga ahora, que se dirá en inglés. Porque, a pesar de la justa fama que llevamos los españoles de saber menos idiomas que un caracol de campo, nos gusta dar la razón al refrán: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces” y, así, ya en los años sesenta, había un Té Olonam’s, propiedad, obviamente, de algún Manolo amante del vesre, un bar Mariano’s o una peluquería Angeline’s; no Angelines’s, como hubiera sido lo correcto, pero daba igual porque -no sé entre los consumidores del té- pero entre los parroquianos del bar o la peluquería, está claro que ninguno conocía la casuística del genitivo sajón.

La verdad es que me gustaría poner ejemplos sangrantes pero lo peor es que entre ellos estarían amigos y amigas, que no han atendido mis aullidos de reconvención y espanto y dicen que son “couch” a quien se lo quiera permitir.

A coach le ocurre como a profesional… A nadie se le ocurre decir ahora que es un buen carpintero, un buen maestro o un buen taxista, ahora todos quieren ser un profesional, vocablo, que, si no me desmienten, alude a quien ejerce una profesión y no a quien la ejerce bien.

Parece que la palabreja coach procede del idioma más raro de Europa, junto al lapón, el húngaro. Los viajeros que en el siglo XV hacían el trayecto entre Viena y Budapest podían tomar en Kocs, un carruaje con suspensiones más cómodas, que aligeraba las fatigas del recorrido. Kocs derivó en “coche”, palabra ya documentada en España en el siglo XVI, y de ahí salió coach, en el sentido de algo o alguien que ayuda a conseguir los objetivos personales.

Es verdad que un profesional del huevo (huevero) de Astorga puede legítimamente aspirar a ser actor de cine, como Miguel Fleta, un campesino, aspiraba a cantar en los teatros. El huevero no está en disposición económica ni geográfica de contratar a un actor que le enseñe a convertirse en Marlon Brando o Paul Newman ni a matricularse en una escuela de interpretación, equivalente al Actor’s Studio. ¿A qué coach contratará para cumplir sus objetivos? Es más que probable que en Astorga exista un jeta, que se dedique a todo esto y prepare a la gente para triunfar en la interpretación, sin otra formación que un curso municipal. Mientras tanto, la antaño tan ibérica capital de la Maragatería ha perdido sus chorizos, sus tabernas, sus cocidos y ostenta sus international foods, sus pizzerías, sus mexicans, sus burgers de plástico de mula, que en eso ha quedado la arriería.

Miguel Fleta se buscó o encontró a una señora, Luisa Parrick, que sabía casi todo lo que hay que saber para cantar ópera. Incluso se casó con ella. Si hubiera buscado un coach, los zaragozanos de entonces, gentes de otro criterio, le hubieran arrojado tormos, tusos, pellas y hortalizas, cuando bajaba con su carro de alcachofas de Cogullada al mercado de Zaragoza. Y se le hubiera estado muy bien.