Opinión

La vergüenza

Esta palabra, que proviene del latín verecundĭa, alude a la turbación del ánimo que se produce por una falta cometida o por alguna acción humillante y deshonrosa, ya sea propia o ajena. Es una sensación específicamente humana, que deriva de un conocimiento consciente y que no se da, por tanto, en ninguna otra especie animal.

Esta palabra, que proviene del latín verecundĭa, alude a la turbación del ánimo que se produce por una falta cometida o por alguna acción humillante y deshonrosa, ya sea propia o ajena. Es una sensación específicamente humana, que deriva de un conocimiento consciente y que no se da, por tanto, en ninguna otra especie animal.

El diccionario de la Real Academia recoge varias acepciones del término para especificar su alcance. La primera, ya enunciada, sería la turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de una falta cometida; la segunda alude a la sensación de timidez o encogimiento que habitualmente supone un freno para actuar o expresarse; una tercera se refiere a la estimación de la propia honra o dignidad. Hay otras acepciones, como la relativa al castigo que consistía en exponer a un reo a la afrenta pública con alguna señal que denotaba su delito.

Uno de los usos del término, que lo desliga de su origen inicial, es el que se refiere a otras personas bajo el epígrafe de ‘vergüenza ajena’. Podría conceptuarse como una humillación indirecta originada por extraños al que la padece. Hay múltiples ejemplos. Si alguien presuntamente bien cualificado se expresa o actúa de forma inconveniente en público, nos hace sentir vergüenza ajena.

A esta sensación quiero referirme, aunque antes aludiré a una de las variantes específicamente hispana, la llamada ‘vergüenza torera’. Es una expresión confusa, por ambivalente, ya que se atribuye tanto a quien tiene la gallardía de cumplir con su misión, como a quien hace lo contrario. Puede considerarse como uno de los elementos imprecisos de nuestro lenguaje al tener dos acepciones contradictorias. La fórmula comenzó a aplicarse a cualquier situación en la que se acometía una tarea arriesgada por miedo a quedar como un cobarde, y no por ser valiente. El mundo taurino no ha llegado a un consenso sobre su aplicación más adecuada.

Corren tiempos en los que se aprecia un notable descenso en el sentimiento de vergüenza propia, pero un considerable aumento en lo que se refiere al de vergüenza ajena. Para bien o para mal, los humanos hemos ido perdiendo la vergüenza. Enfocado su aspecto negativo, podemos afirmar que cada vez hay más gente sin vergüenza. Entraríamos aquí en el proceloso asunto de la corrupción. El problema es que por lo general aplicamos el principio de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Ello no es óbice para que encontremos a veces vigas tremendas en nuestro entorno.

Una de ellas ha aparecido estos días de principios de año cuando el Consejo de Estado ha dictaminado la responsabilidad del gobierno de turno en el lamentable accidente aéreo del Yak-42 ocurrido hace casi 14 años. De vergüenza propia para algunos, que parecen no enterarse, y de vergüenza ajena para quienes nos sentimos indefensos e incapaces de hacer algo distinto a manifestar nuestra indignación por la falta de una respuesta política digna, al menos hasta el momento en que redacto estas líneas.

Pero no hay que perder la esperanza. El gran sociólogo argentino Ezequiel Ander-Egg, que tanto trabajó por Aragón, lo proponía siempre: esperar contra toda esperanza.