Opinión

Estudiar ya no da trabajo

Durante la Edad Media, los que mandaban en la sociedad eran los guerreros. La nobleza feudal salía de entre los más valerosos caballeros. Y éstos mandaban sobre los siervos de la gleba, porque aquellos eran más fuertes, mejor alimentados y ceñían espada. Pero lo normal es que no tuviesen idea de nada. Eso quedaba para los monjes, que fueron los que guardaron el saber de la época greco-romana. Los siglos XVI y XVII los hombres de sabiduría recibieron algo (solo algo) de reconocimiento por parte de la sociedad.

Durante la Edad Media, los que mandaban en la sociedad eran los guerreros. La nobleza feudal salía de entre los más valerosos caballeros. Y éstos mandaban sobre los siervos de la gleba, porque aquellos eran más fuertes, mejor alimentados y ceñían espada. Pero lo normal es que no tuviesen idea de nada. Eso quedaba para los monjes, que fueron los que guardaron el saber de la época greco-romana. Los siglos XVI y XVII los hombres de sabiduría recibieron algo (solo algo) de reconocimiento por parte de la sociedad.

Pero los que marcaron el punto de inflexión fueron los ilustrados del siglo XVIII con sus casacas y empolvadas pelucas. Al principio largas y rizadas; posteriormente con un canelón encima de cada oreja. Pues fueron estos hombres –que no eran los más encopetadas de la sociedad de su tiempo- los que llegaron a ministros para sacar a los españoles de su atraso con respecto a otros países europeos. Campomanes, Floridablanca y algunos otros de mayor abolengo, como nuestro aragonés conde de Aranda, dieron un fuerte impulso al bienestar del pueblo español.

Durante los siglos XIX y buena parte del XX, los hombres de ciencia y algunos de letras empezaron a ser vistos como lo que eran: unos sabios. Por supuesto que había muchos que morían en la miseria, pero el papel del saber (estoy hablando de cualquier saber, por pequeña consideración que tuviese) se iba revalorizando poco a poco. Tanto es así, que esa fue precisamente la época de la medicina ilustre. Aunque sus beneficios no fueran tan grandes como los de los hombres de empresa (algunos) y de la política (casi todos). Su prestigio llegó a ser enorme: Ramón y Cajal, Aschoff, Freud, Virchow, y más recientemente en España, Gregorio Marañón, Botella y LLusiá, Barraquer…

Y así en cualquier rama del conocimiento humano. Horas y horas de estudio y prácticas. El oficio antaño más humilde tenía una estima que no se perdía, y que no se modificaba por los cambios políticos, independientemente del cargo que ocupaban. Pero los tiempos cambian y ya antes de la crisis, el poder vivir dignamente (el vivir opulentamente pertenece a otra galaxia) no casaba con saber hacer bien las cosas. Lo que hasta hace poco se llamaban profesiones. Ahora ya no sé cómo se llaman.

Vaya por delante que está claro que no hace falta tener estudios para vivir dignamente. Pero los estudios universitarios junto con la formación profesional apenas sirven para encontrar trabajo. Es conocido el adelgazamiento de los currículos (o sea, la ocultación de los mayores méritos) para conseguirlo. No lo digo yo. Lo dice un análisis de la OCDE que encuentra una media europea de 84% de titulados universitarios o en FP superior que trabajan. Pero es que en España, la media es del 79%. Y pocas veces en consonancia con los estudios realizados. Y encima, los estudios tienden a ser más caros que antes. Son más baratos los contactos para hacer dinero contante y sonante.