Opinión

Las paradojas de la mente: suicidio ampliado

Estos días he hablado en algunos medios sobre el suicidio ampliado a raíz de lo acontecido en un barrio de Zaragoza, y tengo que confesar que, o no me he explicado con claridad, o quizá no se me ha entendido adecuadamente. Opto, sin duda, por la primera opción.

Estos días he hablado en algunos medios sobre el suicidio ampliado a raíz de lo acontecido en un barrio de Zaragoza, y tengo que confesar que, o no me he explicado con claridad, o quizá no se me ha entendido adecuadamente. Opto, sin duda, por la primera opción.

Hay personas que sufren lo que llamamos los psiquiatras depresión con ideas psicóticas de ruina o de culpa. Estos enfermos tienen el convencimiento de que la vida en general no tiene ningún sentido ni valor. No tienen esperanza en nada ni en nadie y, lo que todavía es peor, están absoluta y ciegamente persuadidos que sus seres queridos están en la misma situación que ellos: condenados sin remedio a una existencia cruel. Por eso hacen lo que hacen, matarlos.

El crimen ocurrido en Zaragoza es una muestra de compasión y de misericordia, claro está, visto siempre desde la perspectiva de una mente muy enferma, absolutamente desquiciada y enajenada. Solo desde esa óptica se puede comprender lo que ha pasado. Un padre de familia de 72 años, que sufría desde hace tiempo una depresión, da muerte de forma brutal (a martillazos) a su mujer, enferma de cáncer, y casi lo consigue con un hijo discapacitado, dejándole mal herido. El otro hijo del matrimonio, que acudió posteriormente al lugar, también fue herido, pero se salvó afortunadamente.

No deberíamos valorar ni juzgar este hecho como un crimen machista. Nada tiene que ver lo ocurrido en el barrio de Santa Isabel con la violencia de género por mucho que lo diga el Código Penal. Esta conducta es fruto de una mente muy enferma, absolutamente perturbada y dañada. No hay odio, ni celos, ni venganza, ni vanidad, ni rupturas, solo hay creencias delirantes que llevan al enfermo a su ruina humana y social.

La barrera que separa la locura de la normalidad es muy lábil y cualquiera puede traspasarla, al igual que también cualquiera puede tener un cáncer, una diabetes o una hipertensión arterial. Lo que ocurre es que de la mente y su funcionamiento dependen las conductas y actitudes humanas, y de ellas dependen, según sea el nivel de salud, la realización de hechos ya sean heroicos, ya sean execrables.

Estoy seguro de que, salvo mejor criterio de los Tribunales de Justicia, el homicida será considerado como un enajenado (denominación clásica del enfermo mental inimputable), y se le aplicará una medida de seguridad; es decir, un tratamiento adecuado a su dolencia.

Sin duda, el castigo mayor en estos casos es que la persona recupere la cordura y que el sujeto sea consciente de sus propios actos. El considerar a estas personas vulgares delincuentes, sería, en mi opinión, un agravio y un insulto a los criterios médicos actuales.