Opinión

Y ya van tres...

Existe un pacto de silencio en los medios para no hablar del suicidio y creo que debemos ser prudentes y respetarlo. Pero a la vez entiendo también que no debemos pasar por alto que desde hace unos meses ya se han producido tres casos de suicidio en nuestra ciudad y, precisamente, en el mismo sitio: el Museo Pablo Serrano.

Existe un pacto de silencio en los medios para no hablar del suicidio y creo que debemos ser prudentes y respetarlo. Pero a la vez entiendo también que no debemos pasar por alto que desde hace unos meses ya se han producido tres casos de suicidio en nuestra ciudad y, precisamente, en el mismo sitio: el Museo Pablo Serrano. Ponderando los bienes en conflicto, información y salud, me he decidido a escribir estas líneas.

Para un psiquiatra el suicidio es siempre equivalente a trastorno psíquico, a enfermedad mental grave, a desequilibrio severo de la personalidad. No es posible “entender” lo que le lleva a una persona a ir en contra del instinto primario de supervivencia, salvo la perturbación de su raciocinio. Casi siempre se trata de una depresión severa, a veces una psicosis en una fase de descompensación, y, más raramente, se debe solo a un trastorno de la personalidad. En lo que todos coincidimos, expertos y no expertos, es que estamos ante una realidad que nos abruma y angustia. Que nos encontramos ante una situación inevitable, aunque previsible. En suma, que estamos ante un oscuro túnel cuya salida, en el peor de los casos, es la nada.

Todos los psiquiatras tristemente convivimos en nuestra práctica clínica con esta “espada de Damocles”. Y también todos hemos visto a pacientes acabar sus días voluntariamente sin que hayamos podido hacer nada para evitarlo, sintiéndonos impotentes ante una situación que, a pesar del paso del tiempo y de la experiencia profesional, nos sigue resultando incomprensible, salvo si la observamos a la luz de la enfermedad mental grave e invalidante.

El suicidio no es salida a nada ni resuelve ningún problema. El suicidio es la destrucción del individuo, nada más. El suicidio es un fracaso y un desprecio a ese don inigualable que es la vida y la existencia humana. Todo tiene arreglo salvo la muerte. Todo se puede cambiar, arreglar, modificar, salvo la destrucción de la existencia. Por muy difícil que a priori nos pueda parecer una situación, es siempre mejorable. 

Cuando la vida nos clava sus afilados colmillos, cuando la depresión tiñe nuestra realidad de un negro insoportable, cuando no vemos ninguna luz a la salida del túnel, es preciso recordar que siempre existe una solución aunque en ese momento nos cueste verla.  Antes de dar un paso irreversible, démonos cuenta de que siempre hay otro camino que nos puede salvar de perder el preciado tesoro que siempre es la vida.