Opinión

La deriva urbana de Zaragoza

Para quienes hemos nacido en Zaragoza y llevamos años viviendo en ella, tenemos la sensación, o al menos yo la percibo, de que además de haber crecido en población y extensión, también se ha acentuado considerablemente la suciedad que se acumula en calles, en plazas, y en parques y jardines. Siendo la quinta ciudad española, y la capital de la Comunidad Autónoma aragonesa, Zaragoza adolece de cierta inmundicia que afea su aspecto, revelando con ello notoriamente una desidia institucional.

Para quienes hemos nacido en Zaragoza y llevamos años viviendo en ella, tenemos la sensación, o al menos yo la percibo, de que además de haber crecido en población y extensión, también se ha acentuado considerablemente la suciedad que se acumula en calles, en plazas, y en parques y jardines. Siendo la quinta ciudad española, y la capital de la Comunidad Autónoma aragonesa, Zaragoza adolece de cierta inmundicia que afea su aspecto, revelando con ello notoriamente una desidia institucional.

Dice el refranero popular que “la pereza es la prima hermana de la pobreza”, y no le falta razón. Cuando no se cuida lo externo suficientemente es sintomatológico que ese desorden de fachada refleja, fielmente, el caos que gobierna el interior de las personas. A decir verdad, Zaragoza es una ciudad que ha dado pasos importantes en los últimos años, aunque se ha quedado actualmente estancada en un halo un tanto rural donde se complica el maridaje tecnológico y empresarial con el cultural.

Al hilo de los cambios acaecidos en la capital del Ebro, muchos ciudadanos, autóctonos y foráneos, resaltamos la porquería y dejadez que empobrece su fisonomía ocultando su verdadera magia y encanto. Se oyen con frecuencia comentarios en tertulias, en transportes públicos, o en algún que otro bar, que Zaragoza está sucia, que desprende olor, que muestra abandono. Y lo peor es que estos atributos, nada halagüeños, se manifiestan no ya en solares periféricos o en algún suburbio urbano, sino en el mismo centro de la ciudad. Así las cosas, arterias principales como la Gran Vía, Independencia, Constitución, plaza España, Alfonso I, el Coso, el Casco Antiguo y sus respectivas calles adyacentes, atendiendo a su limpieza dejan mucho, pero mucho que desear. Y no digamos ya el Parque Grande y las zonas ajardinadas, donde la hierba y la maleza crecen a su libre albedrío acompasadas por una sufrida anarquía.

Ante esta evidencia, no se quiere poner en duda la diligencia del personal de limpieza a cargo del Ayuntamiento en razón a sus tareas, no, todo lo contrario. Quizá el fallo de esta vergonzante situación radique en una apática y displicente gestión de los recursos humanos y de las partidas ad hoc del erario público, causadas por un desinterés impropio de los administradores responsables que ocupan los cargos de las instituciones correspondientes. En todo caso, una ciudad descuidada no es de recibo para quienes habitamos en ella ni para los turistas que la visitan, con el fin de contemplar algo digno que poder compartir con sus familiares o amigos.

Como ejemplos ilustrativos de la dejadez que arrastra desde hace un tiempo nuestra inmortal Zaragoza, comentar cómo el césped - a base de “tepes”- que se colocó a principios de año en el paseo de la Constitución, ahora están secos, agrietados, y sin flores que den colorido al propio corredor.  El suelo del centro zaragozano está tan levantado que provoca caídas y traspiés no deseables; los olores a orina que desprenden los contenedores de vidrio, cartón y plásticos son insoportables, máxime en esta época estival. Frecuentemente, antes, se veían aljibes con agua para limpiar la superficie de las calles, pero ahora brillan tristemente por su ausencia. Eso sí, los botellones se han convertido en los reyes del lugar, estando su rastro visible varios días sin ser recogido.

La convivencia exige, para que haya un mínimo de dignidad, un ejercicio cívico y responsable de respeto a las cosas que alberga la ciudad. La cuestión educacional es fundamental para un armónico desarrollo de aquella, sí, pero el buen hacer y el compromiso que pertenece al ámbito del mantenimiento profesional a cargo del Consistorio, no se puede excusar. Con todo, los neófitos regentes del Ayuntamiento de Zaragoza deberían tener en cuenta el vigente semblante de nuestra “necesitada” ciudad pues, de no remozarla y embellecerla, su desaliño podría tildarle, en un futuro próximo, de mero estercolero o de vulgar escupidera al más genuino estilo del “Far West”. A tal efecto, esta dramática situación urbana es a todas luces un reto institucional que no se puede postergar. Además de haberse exhibido la bandera griega en el balcón de la Alcaldía municipal como muestra de solidaridad con el pueblo heleno, no estaría de más que “el despacho oval” zaragozano se solidarice abiertamente con su ciudad  para que no se ahorren esfuerzos en lavarle su cara y acondicionar sus accesos. Sin duda ella misma y sus ciudadanos lo agradecerán.