Opinión

Locura contagiosa

Un nuevo zarpazo terrorista nos ha conmocionado a todos. Una vez más, Túnez, Kuwait y Francia se han visto envueltas en el dolor y la sinrazón. Es conocido y estudiado por los expertos que el acto terrorista pretende matar a cien para aterrorizar a un millón. Lo triste y lamentable es que lo están consiguiendo. Los expertos en estrategia militar dicen que estamos en guerra, una nueva forma de guerra, precisan. Lo terrible de esta nueva guerra es que el enemigo es indeterminado, muy numeroso y se camufla con suma facilidad entre la gente corriente.

Un nuevo zarpazo terrorista nos ha conmocionado a todos. Una vez más, Túnez, Kuwait y Francia se han visto envueltas en el dolor y la sinrazón. Es conocido y estudiado por los expertos que el acto terrorista pretende matar a cien para aterrorizar a un millón. Lo triste y lamentable es que lo están consiguiendo. Los expertos en estrategia militar dicen que estamos en guerra, una nueva forma de guerra, precisan. Lo terrible de esta nueva guerra es que el enemigo es indeterminado, muy numeroso y se camufla con suma facilidad entre la gente corriente.

El terrorismo es un acto criminal, y como tal, merece un tratamiento y valoración penológica y jurídica. Pero también es una conducta humana y se debe evaluar, no sólo desde la óptica de su represión/castigo, sino también desde el análisis de sus causas psicopatológicas. Matar a desconocidos, sin que medie provocación u ofensa directa, sin que exista ningún motivo aparente, y guiado sólo por una idea sobrevalorada de tipo místico/religioso, es una conducta claramente patológica.

Los llamados terroristas islámicos serían, dentro de los perfiles terroristas, un tipo muy especial de sujetos. Todos ellos, o la inmensa mayoría, actúan motivados por una idea religiosa-política-social muy intensa, tan intensa que llega a ser delirante, es decir, exagerada, distorsionada e irrebatible a la argumentación lógica. No hay razones ni falta que les hacen. Es la guerra santa (yihad) y con eso está dicho todo. Hay que conquistar al infiel, hay que volver al pasado y conseguir que las aguas vuelvan a su cauce, al que ellos, los líderes religiosos, consideran el único apropiado. No hacen falta más motivos, ni más argumentos. Todos aceptan la máxima (delirante) y se lanzan a la faena, aunque en ello les vaya la vida, incluso mejor si mueren, porque serán premiados y recompensados con el prometido paraíso.

Esa idea delirante se contagia, se incrusta, se introduce en la mente del sujeto y toda su vida girará en torno a ella. Es fuerte, poderosa, intensa, constante… Es un pensamiento que gobierna y condiciona toda la conducta del activista. Morir por la causa es un premio que incluso algunos, los más enfermos, llegan a desear ardientemente. Luchar contra ese “ejército” es muy difícil, y más si se pretende hacer de una forma convencional.

Además los psiquiatras sabemos muy bien que las ideas delirantes se pueden contagiar. Es lo que se llama “folie a deux”, no es muy frecuente, pero si se dan una serie de condiciones entre los sujetos, es factible. Y eso es lo que ocurre en algunos de estos casos. Unos, los líderes religiosos, son personas muy rígidas, con inteligencia superior, mayor cultura (sobre todo religiosa) y con una afectividad fría y distante. Otros, los actores de las matanzas, son personas mucho más débiles psíquicamente, primarias y carentes de la suficiente capacidad de crítica, y por lo tanto muy influenciables y manipulables. Si a eso le añadimos un ambiente propicio (miseria, abandono social, endogamia, etc.), tenemos servida la tragedia.

No me atrevo a aportar soluciones, ello sería una imperdonable osadía por mi parte ante un problema tan complejo y multicausal. De lo que sí estoy convencido es que tenemos serios motivos de preocupación. No hay que alarmar a nadie, pero sí alertar a todos.

El terrorismo islámico es un problema muy grave y de difícil acomodo, porque las motivaciones que lo nutren y alimentan están en un plano que nos resulta, por el momento, de imposible acceso, sobre todo si solo lo hacemos desde la óptica político-militar. Hay que dar un paso más e intentar atajar las complejas causas que lo provocan y mantienen, sólo así tendremos alguna posibilidad de controlarlo.