¿Orgullo?

Aun a riesgo de enfangarme en lo políticamente incorrecto en un tiempo dinamitado por una general tolerancia radical que se rebela inconcebiblemente beligerante contra las posturas contrarias, diré que no, no me parece que la cabalgata del orgullo gay pueda hacernos sentir orgullosos a ninguno.

Aun a riesgo de enfangarme en lo políticamente incorrecto en un tiempo dinamitado por una general tolerancia radical que se rebela inconcebiblemente beligerante contra las posturas contrarias, diré que no, no me parece que la cabalgata del orgullo gay pueda hacernos sentir orgullosos a ninguno.

Lo aclaro. Por supuesto que todos, absolutamente todos, somos personas con los mismos derechos y deberes; y todos debemos luchar para que se abandonen antiguas (y no tanto) actitudes de intransigencia e incluso fanatismo hacia la comunidad gay, que siempre ha sido un desgraciado chivo expiatorio para el poder más déspota y merecedora de los mayores castigos, divinos y humanos, por el simple y natural hecho de ser fiel a su naturaleza.

Pero no creo que esa lucha incluya el folclore circense de las cabalgatas del “orgullo” gay, en las que sin razón ni justificación sólidas, se teje la desagradable idea de que travestirse con faldas y a lo loco; sufrir una transformación en una locaza embutida de plumas, mostrando más carne de lo que un espectáculo por la tarde en la vía pública debiera ofrecer; y transformar una reivindicación justa en una exhibición de elevado contenido sexual, es condición sine qua non para sentirse orgulloso de ser gay.

No creo que se haga ningún favor a la comunidad gay con las demostraciones esperpénticas y ridículas de unos cuantos que se alzan en cueros sobre una cabalgata cual tarima de discoteca se tratara. No lo creo yo y no lo creen muchos gays (algunos amigos míos) a los que tal acto les resulta igual de bochornoso que a mí.

Si queremos la igualdad, empecemos por demostrar que nos importa.