Opinión

Pánico en Atocha: ¿evitable, previsible?

Lo ocurrido estos días en Atocha es un hecho inevitable, pero previsible. Es previsible que un enfermo psiquiátrico que padece trastornos del pensamiento lleve a cabo comportamientos absurdos, insensatos, e incluso peligrosos para sí mismo o para otras personas.

Lo ocurrido estos días en Atocha es un hecho inevitable, pero previsible. Es previsible que un enfermo psiquiátrico que padece trastornos del pensamiento lleve a cabo comportamientos absurdos, insensatos, e incluso peligrosos para sí mismo o para otras personas.

Pero estas conductas, que como decimos son difícilmente evitables, sí son predecibles y, lo más importante, también controlables. Para ello sirven los diagnósticos psiquiátricos, y en función de estos, los tratamientos, casi siempre farmacológicos, que pueden disminuir la frecuencia y también el riesgo de aparición de conductas agresivas, violentas o delirantes.

Mucho se habla en diversos foros de disminuir el estigma de la enfermad de mental y de eliminar los prejuicios. Soy de los que piensa que la mejor forma de luchar contra el estigma de la enfermedad mental es normalizar la vida de los enfermos, y evitar, entre otras, este tipo de conductas de tan amplia resonancia social y de impacto tan negativo en la opinión pública.

A fecha de hoy contamos con tratamientos muy eficaces, que aunque no son capaces de curar las causas de ciertos trastornos mentales sí pueden reducir sus síntomas y, de esta forma, mejorar la conducta del individuo enfermo. Pero obviamente para que un tratamiento dé resultados es necesario que se ingieran o que se administren, si no resulta imposible que puedan surtir efecto. Y, para ello, hay que contar con la voluntad del enfermo y ahí viene el problema. Muchos enfermos psiquiátricos, sobre todo los más graves, no tienen conciencia de estarlo y viven como real e incuestionable, pensamientos ilusorios que sólo existen en su cerebro enfermo y que le llevan a actuar de forma excéntrica cuando no peligrosa.

Desde hace tiempo y desde muchos sectores sociales se viene pidiendo la regulación del “tratamiento involuntario ambulatorio”; es decir, la posibilidad de obligar a seguir un tratamiento psiquiátrico a aquellas personas que no pueden decidir por sí mismos. Todo ello, aun sin ser la solución óptima, reduciría de forma importante conductas antisociales que generan miedo, inseguridad e incluso a veces “la famosa alarma social” y el aumento de prejuicios sobre la enfermedad psíquica.

A pesar de varios intentos legislativos en este sentido, a fecha de hoy no se ha conseguido consenso en algo tan básico como el poder “obligar” a una persona a seguir un tratamiento médico-psiquiátrico, para evitar males mayores. Parece que hace falta que se produzca el daño primero para, posteriormente, con la intervención de un juez penal, se aplique una medida de seguridad.

En nuestro entorno social y geográfico más cercano, esta medida se viene realizando con normalidad y con todo tipo de garantías para el enfermo y para los profesionales sanitarios que la llevan a efecto. Pero tristemente en nuestro país sigue siendo una asignatura pendiente, quizá por que los enfermos mentales son poco interesantes, políticamente hablando. Es triste y duro hablar así, pero no se me ocurre otra explicación que la dejadez y la desidia.

Si tristemente el incidente de Atocha hubiera acabado en una gran tragedia, todos nos hubiéramos rasgado las vestiduras, y muchos se hubieran puesto a buscar responsables rápidamente, y entonces sí, a clamar por una respuesta más contundente y eficaz del Gobierno.

En España somos muy dados a solucionar los problemas en las tertulias televisivas y en los comentarios de cafetería. En lugar de prevenir nos dedicamos a llorar y, sobre todo, a echar la culpa al prójimo, cuando el problema ya no tiene remedio.