A raíz de mi último artículo publicado en un medio digital, donde relacionaba política y psicopatía, he recibido una multitud de mensajes la mayoría, tengo que confesarlo, de aprobación. Algunos, los menos, de crítica. De estos últimos, ha habido uno de especial significación para mí, el de una mujer, política en activo, buena amiga, excelente persona y trabajadora infatigable. En su epístola me tachaba de oportunista y populista al hacer, según ella, leña del “árbol caído” y hablar en este momento de los políticos con cierta desafección y, además, dando un diagnóstico psicopatológico improcedente.
Respondí personalmente a sus objeciones técnicas como era pertinente, aunque creo que no la he convencido, y que nos queda pendiente un largo café para intentar dejar las cosas algo más claras. Quiero exponer aquí mis tesis y someterme al veredicto inapelable del respetable (como se dice en el argot taurino) y hacerlo a través de esta tribuna de opinión donde siempre he dicho lo que he pensado, con los únicos y lógicos límites que marcan el respeto, la prudencia y la buena educación.
Los tiempos que corren son complejos y los ciudadanos normales; es decir; la inmensa mayoría, estamos cada vez mas desilusionados con lo que día a día está apareciendo en los medios de comunicación, fiel reflejo de un ejercicio del poder por parte de algunos insultante, propio de psicópatas, cuando no de simples delincuentes.
Casi todos los días nos desayunamos con un nuevo caso de cohecho, de malversación, de prevaricación, de tráfico de influencias, de evasión de capitales, de ejercicio despótico del poder, de falta de respeto a los tribunales, de inhibición ante la transgresión de la norma, de “corrupción” en suma, que va conformando una lista de hechos vergonzante y vergonzosa.
Me decía en su epístola la política que les comentaba, que no era este el momento de cargar contra la “casta”. Que eso era oportunismo por mi parte. Que llamar a todos los que están en política “psicópatas”, era un grave error, que hay mucha gente honrada y dedicada a este noble oficio. Como somos amigos, y además estoy convencido de sus buenas intenciones, mi respuesta, aunque contundente, intentó ser cordial y cariñosa.
Yo no dije que todos los que están en política sean unas psicópatas y unos sinvergüenzas. Lo que dije, y mantengo, es que hay mucho psicópata entre los políticos que tapa con su hedor a aquellos que son buenos y honrados. Y que estos deben de ser los primeros en limpiar su casa, porque si no, mucho me temo, se la van a limpiar otros y lo van a hacer de una forma burda y hosca.
Estoy seguro de que la carrera política la inician personas sanas, con ideales nobles y dispuestos a trabajar por el bien común y a hacer bien su trabajo. También puedo afirmar que con ese talante y actitud algunos, o muchos, siguen en su ejercicio político hasta que se retiran. Nadie puede ni debe dudar que en la política como en toda actividad humana hay de todo: excelente, bueno, regular, malo y muy malo.
Pero también es cierto que en política, mantenerse aséptico, ser honesto, buscar el bien común ante todo, ser leal con los que te han dado el voto, huir de la mentira y de los privilegios, dar ejemplo de rectitud, no dejarte seducir por el dinero que pasa por tus manos, no caer en la vanidad y el narcisismo es difícil, o debe serlo, a tenor de los acontecimientos que día a día nos apabullan, dejándonos un mal sabor de boca y una sensación nauseosa inevitable.
Y todo ello lo es por que la condición humana (y los políticos son humanos aunque a veces ellos lo duden) nos hace a todos vulnerables a la lisonja fácil, a cometer errores, a buscar la docilidad y el sometimiento del entorno, a buscar el placer y huir del sacrificio, a ambicionar poder y éxito; a relativizar los errores y a exaltar los aciertos. Es comprensible que se cometan errores, fallos y equivocaciones; pero si errar es humano, persistir en el error es de necios.
Según la personalidad que el político tenga, será más fácilmente corruptible. Obviamente son los más psicópatas, los más amorales, los más bribones, los más depravados, los menos honestos, los “listillos”, esos son los que afloran en primer lugar y los que están dejando el mal sabor de boca. El problema es que hay demasiados políticos golfos y eso nos lleva a pensar, posiblemente de forma equivocada, que es el “sistema” el que está fallando y el que hay que cambiar, y no sólo a las señorías que lo gestionan. Ahí está, entre otras, la explicación más clara del nuevo partido político que ha saltado al ring: Podemos.
Este partido es ante todo la expresión de la irritación, malestar y frustración de una gran parte de la ciudadanía, que siendo muy normalita, está cansada de que haya dos varas de medir. Una para los jefes y otra para los “indios”. Esta harta del mangoneo y de la prepotencia, de las prebendas y de los derroches, de la jactancia y de la petulancia. Y ello es tan comprensible como peligroso. “Los experimentos con gaseosa”, decíamos en la Facultad de Medicina al referirnos a tratamientos y nuevas técnicas de exploración, y “Podemos” es un experimento que puede salirnos muy caro.
Querida amiga ahora en menesteres políticos, sin acritud y con cariño te digo que, o se cambia el fondo y las formas, o, me temo, que os los van cambiar. Es urgente dar un giro de timón, un golpe en la mesa, un “se acabó”. La sociedad madura, sana mentalmente, equilibrada emocionalmente, trabajadora, honesta, no está por la labor de seguir con este “circo”. Luego nos lamentaremos todos, pero quizá sea ya demasiado tarde.