Opinión

El espejismo de la neurociencia aragonesa

Esta semana hemos tenido la ocasión de conocer, a través de las líneas de este medio, la creación de una Unidad de Neurociencia Forense, que al parecer, será dirigida por la psicóloga Cristina Andreu. Ante esta noticia, cabe preguntarse bastantes cosas, fundamentalmente como contribuyente, en la medida que si algo sobra en este país son entes y organismos cuya naturaleza es tan etérea como innecesaria su existencia.

La semana pasada tuvimos la ocasión de conocer, a través de las líneas de este medio, la creación de una Unidad de Neurociencia Forense, que al parecer, será dirigida por la psicóloga Cristina Andreu. Ante esta noticia, cabe preguntarse bastantes cosas, fundamentalmente como contribuyente, en la medida que si algo sobra en este país son entes y organismos cuya naturaleza es tan etérea como innecesaria su existencia.

El primer paso para advertir si este proyecto es algo serio, o pretende al menos serlo, es valorar en qué se fundamenta. Si se trata del éxito de la aportación de las pruebas de potenciales evocados para la investigación criminal, desde luego, no justifica el dispendio de un solo céntimo. No es una reflexión oportunista, ni hacer leña del árbol caído por los nulos resultados de las pruebas practicadas a Carcaño, ni en el caso de Ricla. El problema está en la sobredimensión de las expectativas, ilegítimamente infladas por los responsables de estos experimentos que tienen más de “Magia Borras” que de rigor criminológico y médico.

No estaría nada mal que se creara, empero, un centro para estudiar los métodos de auxilio a la investigación judicial penal. Ahora, puestos a tal empresa, qué menos que dotarla del personal competente para el análisis de la ciencia neurológica y psiquiátrica. Si por algo se caracteriza la psicología forense no es, desde luego, ni por el estudio anatómico ni funcional del cerebro, ni por las cuestiones biofísicas ni eléctricas del cuerpo humano. Resulta, dicho sea con el máximo respeto a la Sra. Andreu, tan cuestionable ver a un profesional de la psicología dirigiendo una unidad de neurociencias como un neurocirujano tratando a un tumor cerebral con el método Gestalt. Creo que el primer postulado de la investigación científica, y lo digo como doctor universitario a otra colega doctora como es la Sra. Andreu, es conocer los propios límites del investigador, y de la disciplina en la que profesa su magisterio, más o menos fecundo.

Por otra parte, siento profundamente como médico forense titular que soy que mis propios colegas no adviertan con claridad no los límites, sino lo complejo de generar expectativas médicas que no vienen corroboradas de una manera objetiva por resultados refutables, que es lo que diferencia metodológicamente un cuento de hadas de un trabajo de rigor técnico.

La bibliografía existente nos proporciona unos resultados no solo ambiguos, sino que muchos de los cuales insisten en la reducida fiabilidad de estas pruebas. Baste mencionar la revisión de Carrasco (2012), en los que las tasas de detección de culpables en situaciones de laboratorio arrojan estos resultados: 87,5% en Farwell y Donchin (1991), 48% en Miyake et al., (1993), 82% (Rosenfeld et al., 2004), 74% en Abootalebi, Moradi y Khalilzadeh (2006), 47% en Mertens y Allen (2008). Curiosamente el autor insiste en que los porcentajes más bajos (menor fiabilidad) corresponden a aquellos diseños más próximos a situaciones reales y también al único estudio de campo realizado de forma independiente.

Por otra parte, basta con que cualquier lector con interés en la materia bucee a través de las redes para encontrar un número cuantioso de trabajos de investigación serios, con un rigor en el tratamiento de la información suficiente, que ponen en clara evidencia la corruptibilidad de las pruebas por la voluntad del sujeto. Esto es, que si el presunto criminal, o reo –según el caso- no coopera, o dice cooperar pero no lo hace, estamos ante “agua de borrajas”, como decimos en esta tierra. Algo tan fácil como apretar fuerte los dientes o contar mentalmente hacia atrás está acreditado que pone en solfa los resultados obtenidos.

Por último, y podríamos seguir, no existe un método estandarizado de interpretación de los resultados, con lo que debemos acudir al argumento de autoridad, que es tanto una falacia en el plano de la lógica formal como una insuficiencia en la ciencia empírica insoslayable.

En resumidas cuentas, me animo a dar mi opinión y quiero concluir con la reflexión fabulosa que un lector ha realizado al artículo de la noticia en este medio sobre la materia. Me parece tan elocuente que me permito citarle, ya que no se me ocurre un mejor final. Así dice “Un Aragonés”: “Está muy claro, la Sra. Andreu busca tener un servicio propio e independiente, a través de un bluf, que le servirá para medrar, y a los ciudadanos para gastar. Estamos ante un nuevo caso de cortijismo. En fin, este país no tiene arreglo”.