Opinión

Uso y abuso del ocio estival

Inmersos de lleno en este periodo vacacional que nos brinda generosamente cada verano, no debemos caer en la cómoda tentación de dejarnos llevar por la inacción, la pasividad o la holgazanería más superlativa. Verdaderamente, cualquier etapa festiva debe ser un buen momento no para vaguear sino para cambiar de actividad y, por qué no, para hacer balance de nuestra existencia.

Inmersos de lleno en este periodo vacacional que nos brinda generosamente cada verano, no debemos caer en la cómoda tentación de dejarnos llevar por la inacción, la pasividad o la holgazanería más superlativa. Verdaderamente, cualquier etapa festiva debe ser un buen momento no para vaguear sino para cambiar de actividad  y, por qué no, para hacer balance de nuestra existencia.

Como viene siendo habitual, gran parte de la población aragonesa se desplaza en este ciclo del año a la zona pirenaica, así como a la vertiente mediterránea ocupando gran parte de las poblaciones de las que se nutre, por ejemplo, la Costa Dorada. Son en la mayoría de los casos vacaciones bien merecidas, donde en busca del descanso y de la paz se ansía cambiar de ambiente para retomar energías con las que continuar posteriormente con la cotidianidad que jalona nuestro costumbrista acontecer.

Hay quienes contra todo pronóstico, “temen” este tipo de vacaciones porque, paradójicamente, es cuando más discuten en familia debido a la tan estrecha y continua convivencia a la que se ven irremediablemente sometidos, llegando en ocasiones extremas a ser motivo de separación y de divorcio. ¡Qué horror!  Otros en cambio, deseosos de ese codiciado cambio, son presas del mismo transformándose en seres diferentes cuya conducta avala un rastro de estragos tanto a nivel físico, como ético y moral, sobre todo, y en buena parte en la bisoña juventud.

Es cierto que, a priori, cada cual hace de sus vacaciones su sayo, gasta lo que estima oportuno y se desplaza a donde la viene en gana. Pero ante estas “prerrogativas”, me gustaría  que hiciéramos una reflexión acerca de cómo podrían programarse nuestras añoradas vacaciones. En estos días de reposo, es prudente dejar a un lado la desgana, la apatía, el despilfarro y en ocasiones el gamberrismo descontrolado. En cambio, podemos realizar aquellas aficiones que por falta de tiempo no llegamos en demasiadas ocasiones a desplegar. Pasar largos ratos leyendo pausadamente aquello que nos enriquece. Dar extensos paseos acompasados por amenas conversaciones con amigos, o con quienes convivimos habitualmente, con nuestras familias, entre marido y mujer, entre padres e hijos, en fin conocerse un poco más en estos días y planificar conjuntamente multitud de propósitos con ilusión.

También se pueden practicar diversos deportes que siempre reportan un beneficio y un bienestar a nuestro cuerpo y a nuestra mente. Y como no, debemos tener tiempo para recapacitar respecto a nuestra vida: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos?... Es decir, para hablar con Dios. Quizá a algunos, esta opción que debería llevar diariamente unos minutos más o menos dilatados, les pueda resultar algo poco atractiva e incluso les puede causar indiferencia. No obstante, cada ser humano es portador de un alma que siempre tira hacia su Creador, por mucho que se resista y por mucho que la ignore.

Por todo ello, entre el bronceado al sol, la música, la apacible lectura, o las tertulianas partidas de cartas, entre otras cosas, nunca debiera faltarnos esa elevación espiritual que se proyecta hacia la eternidad, así como la meditación y la consideración sobrenatural de nuestro devenir, dando gracias asimismo por todo lo que tenemos y por aquello que nos falta. Como comentábamos al principio, el ocio se debe entender como un cambio de actividad mediante el cual nunca perdamos el tiempo, pues éste es un regalo divino que no se debe prodigar. Aprovechemos el asueto para procurar centrarnos también en el camino que da sentido a nuestras vidas, adquiriendo una cierta perspectiva, la cual, nos hará ver los acontecimientos que nos circundan como hitos que llevan a la santidad, pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si luego pierde su alma?, ¿para qué “trepar” si luego naufragamos en la vida eterna?