Opinión

El Síndrome de Magaluf

Cuando redacto estas líneas, me encuentro en la cálida y siempre fascinante isla de Palma de Mallorca participando en unos cursos de verano sobre inteligencia emocional a los que la UNED ha tenido a bien invitarme. Y un día sí y otro también, observo cómo aparecen en la prensa local noticias esperpénticas, a la vez que preocupantes, sobre el llamado “turismo de borrachera”, el sexo desenfrenado y compulsivo, el “balconing” mortal y el “jolgorio” nocturno, que parece ser que es lo que “mola” entre una buena parte de los turistas, muy jóvenes ellos, que acuden, no a buscar el plácido descanso veraniego, sino el desmadre tosco y la desmesura sistemática.

Cuando redacto estas líneas, me encuentro en la cálida y siempre fascinante isla de Palma de Mallorca participando en unos cursos de verano sobre inteligencia emocional a los que la UNED ha tenido a bien invitarme. Y un día sí y otro también, observo cómo aparecen en la prensa local noticias esperpénticas, a la vez que preocupantes, sobre el llamado “turismo de borrachera”, el sexo desenfrenado y compulsivo, el “balconing” mortal y el “jolgorio” nocturno, que parece ser que es lo que “mola” entre una buena parte de los turistas, muy jóvenes ellos, que acuden, no a buscar el plácido descanso veraniego, sino el desmadre tosco y la desmesura sistemática.

Me dicen los nativos que lo que está apareciendo en la prensa no es nuevo, que son conductas que se repiten desde hace muchos años, que estos comportamientos los ha habido siempre, que es algo habitual, e incluso, para algunos, hasta irrelevante. Coinciden en que no les sorprenden los hechos, pero sí en cambio la importancia mediática que se les está dando. “Algo quieren tapar con todo ese ruido”, me decía uno de los participantes a estos interesantes cursos veraniegos. “Siempre pasa igual, sacan lo que interesa para ocultar lo que no quieren que se sepa”, añadía con tono un tanto circunspecto y misterioso.

Lo que nos llega de Magaluf, y de su tristemente famosa “punta ballena”, es un síntoma de las transformaciones que se han producido en una parte de la sociedad, en este caso de la anglosajona, aunque también hay compatriotas del resto del Estado que participan del “desmadre” generalizado que existe en ese “trocito” de la antaño llamada “Isla de la Calma”.

Perder noche tras noche el autocontrol; intoxicarse plenamente hasta llegar al coma etílico; zamparse una “tortilla” de las drogas de síntesis más novedosas, incluida la mal llamada “droga caníbal”; practicar la sexualidad de una forma compulsiva a la vez que burda; brincar y saltar recordando nuestra proximidad y cercanía con el mono; poner incluso en riesgo la vida absurda e inútilmente precipitándose desde un balcón son, sin duda, además de situaciones kafkianas, una interesante enseñanza para los que nos dedicamos al estudio del comportamiento humano patológico.

Lo que pasa en Magaluf y también en otras zonas de turismo en España son los signos y síntomas de una conducta desmedida, atávica, autodestructiva, incoherente y en cuya base están la inestabilidad emocional, el primitivismo, la intolerancia a la frustración y también personalidades frágiles, inseguras, inmaduras y necesitada de estímulos intensos para conseguir el divertimento. Es lo que podríamos llamar el “Síndrome de Magaluf”.

Estamos ante jóvenes, y no tan jóvenes, que se reúnen en manada noche tras noche para, de esta forma, dejar rienda suelta a sus instintos primarios. Muchachos que se transforman, como lo hacía Dr Jekyll and Mr Hyde, para perpetrar actos que en su cabal juicio, serían los primeros en reprobar. Seres humanos que nos muestran una parte de nuestra biología animal que, aunque no nos guste, coexiste con otra más elaborada y compleja. Personas que durante unos días, ocultos tras la atenuante de la droga y con la coartada y aquiescencia del grupo, son capaces de llevar a la práctica comportamientos que ellos mismos considerarían, en otras circunstancias, fruto de un trastorno mental severo.

El “Síndrome de Magaluf” bien podría ser una patología que pronto se estudie en los libros de Psiquiatría y que nos aproxime, una vez más, a “la razón de la sinrazón” que a veces presenta el ser humano.