Corromper a Keynes

Las teorías del economista inglés John M. Keynes encontraron su aplicación a raíz de la Gran Depresión de los años 30, que había sido consecuencia de los excesos del capitalismo liberal. Según Keynes, debía haber una intervención directa por parte del Estado, a través de sus presupuestos, para reactivar la economía y para evitar los excesos del anterior modelo capitalista. La primera aplicación práctica de esta teoría fue el New Deal del presidente norteamericano F. D. Roosevelt, y fue posteriormente aplicada en Europa por los diferentes gobiernos, especialmente socialdemócratas, en el marco del contrato social que había dado lugar al Estado del Bienestar.

Las teorías del economista inglés John M. Keynes encontraron su aplicación a raíz de la Gran Depresión de los años 30, que había sido consecuencia de los excesos del capitalismo liberal. Según Keynes, debía haber una intervención directa por parte del Estado, a través de sus presupuestos, para reactivar la economía y para evitar los excesos del anterior modelo capitalista.  La primera aplicación práctica de esta teoría fue el New Deal del presidente norteamericano F. D. Roosevelt, y fue posteriormente aplicada en Europa por los diferentes gobiernos, especialmente socialdemócratas, en el marco del contrato social que había dado lugar al Estado del Bienestar.

Como todos los planteamientos de índole económica (donde lo que está en juego es cómo se distribuye la riqueza generada entre las diferentes clases sociales), la teoría keynesiana ha sido objeto de corrupción por parte de las clases dominantes, ésas que habitualmente abominan de la intervención del Estado en la vida económica (especialmente cuando se trata del Estado del bienestar, el cual busca redistribuir parcialmente la riqueza hacia las rentas más bajas, en forma de servicios públicos universales), pero que no tienen empacho en promover la intervención pública, cuando ésta se traduce en un trasvase ingente de fondos públicos hacia las rentas más altas.

Este último planteamiento encuentra además un notable eco social y mediático, pues es la clase dominante la que puede controlar mayoritariamente los medios de comunicación y por tanto forjar una opinión favorable a sus intereses, incluso entre los más perjudicados por dichas políticas.

La forma más sangrante de esta aplicación torticera de la teoría de  Keynes es el llamado “keynesianismo militar”: ¿qué mejor contribución del Estado a la economía que el aumento del gasto militar, con jugosos contratos para las empresas, con su creación de empleo, y si es posible con una buena guerra que arrase con todo,  exija la reconstrucción del país, y acabe con el paro (tanto por dicha necesidad de reconstrucción como por eliminación física de parados). Suena terrible, pero este planteamiento estuvo detrás de la Segunda Guerra Mundial, y es compartido y promovido por numerosos lobbies y círculos de opinión.

Sin llegar a estos extremos, nuestro Bajo Aragón no se escapa a esta formulación, y abundan además los voceros de esta corrupción keynesiana.  Veamos algunos ejemplos: Motorland, un circuito de carreras público (¿?), donde se invirtieron al menos cien millones de euros para su construcción (a cargo del déficit público, tan denostado por quienes defienden a toda costa el proyecto), y donde cada año hay que meter otros  siete millones de euros para cubrir las pérdidas de explotación. Eso sí, se nos asegura que el efecto multiplicador es de 21 millones de euros…si tenemos en cuenta que el Ayuntamiento de Alcañiz tiene un presupuesto anual de doce millones de euros (casi la mitad) y con eso genera 150 puestos de trabajo directos y a tiempo completo (sin contar el efecto multiplicador), Motorland tendría que generar por sí solo, al menos de manera indirecta,  más de 300 puestos de trabajo a tiempo completo…y mucho me temo que no estamos en esas cifras. De hecho, Alcañiz tiene registrados 1.372 parados/as en mayo de 2014, una cifra en línea con otras ciudades medias aragonesas (Ejea, 1.433; Calatayud, 2.057; Utebo, 1.477; Tarazona, 1.003; Barbastro, 1.360).

Otro ejemplo, la N-232, sobre la cual se habla siempre que hay algún muerto, en un uso torticero, no sólo de Keynes, sino del dolor de las familias (lo cual es más grave).  Todas las estadísticas demuestran la baja siniestralidad de esta carretera y su bajo volumen de tráfico (incluso en las fechas  más señaladas).  Sin embargo, con 3.752 vehículos/día se sigue reclamando un desdoblamiento que sólo tiene sentido a partir, al menos, de 20.000 vehículos/día. Eso sí, la inversión de desdoblar la N-232 entre El Burgo y Alcañiz supondría una inversión de 270 millones de euros…que sacaríamos del tan denostado déficit público y que dejaríamos de invertir en otras cosas absolutamente necesarias (empezando por nuestro recortado y esclerótico Estado del bienestar: educación, sanidad, pensiones, y dependencia).
 
Finalmente, y hablando de cosas necesarias: el Hospital de Alcañiz.  Las cuentas son claras: un hospital construido mediante licitación de obra cuesta unos 80 millones de euros; asumiendo que el Gobierno de Aragón igualmente tuviera que acudir a un préstamo a 20 años, el coste financiero final de la operación podría rondar los 115 millones de euros; en cambio, se nos plantea una fórmula “público-privada”, donde las arcas públicas terminarán gastando 561 millones de euros…absolutamente aberrante, desde cualquier punto de vista que se mire, incluso para quienes tanto promueven la “eficiencia” de lo privado y el “despilfarro” de lo público.

Una prueba más de que la privatización del hospital de Alcañiz responde a un criterio ideológico y no financiero ni de gestión, que lo que se busca es un ingente trasvase de dinero público a unas pocas manos privadas, sin importar lo que se pierde por el camino, lo que deja de hacerse con ese volumen de dinero, y quién es el perjudicado por ello. Como en los casos anteriores, se le da la vuelta a Keynes y se invoca el “efecto multiplicador”, concluyendo que, cuanto mayor sea el despilfarro de dinero público, mayor será el bienestar y el empleo para todos.

¿Y qué tienen de común todas estas corruptelas keynesianas?  El beneficiario: el lobby de la construcción (grandes y pequeños), el cual es, (todavía y pese al estallido de la burbuja inmobiliaria), muy poderoso, que sigue anclado en su viejo modelo productivo, y es muy capaz de promover sus intereses e imbuir con ellos a una clase obrera desesperanzada, que ya sólo busca empleo a cualquier precio.