Opinión

¡Bravo, señor alcalde de Burgos!

Parece que la enorme injusticia y desatino “del Gamonal” -símbolo y ejemplo de lucha ciudadana que pronto se incorporará a los libros de historia- se ha resuelto con la cesión -es decir bajada de pantalones en castellano- de las autoridades municipales burgalesas, siempre tan prepotentes y fascistoides ellas, que habían decidido poner en marcha algo terrible e inaudito: ¡cumplir lo acordado democráticamente por el consistorio de la ciudad!

Parece que la enorme injusticia y desatino “del Gamonal” -símbolo y ejemplo de lucha ciudadana que pronto se incorporará a los libros de historia- se ha resuelto con la cesión -es decir bajada de pantalones en castellano- de las autoridades municipales burgalesas, siempre tan prepotentes y fascistoides ellas, que habían decidido poner en marcha algo terrible e inaudito: ¡cumplir lo acordado democráticamente por el consistorio de la ciudad!

Sin entrar en los aspectos políticos, materia incomprensible para un ser humano vulgar como un servidor, sí me permito reflexionar sobre el cómo, es decir, sobre la conducta humana que hemos visto y sobre los resultados que se han conseguido, algo que me es mucho mas próximo profesionalmente y, también, interesante personalmente.

Si algo me ha quedado claro después de lo visto estos días en los medios de comunicación y también en persona, es que “el fin sí justifica los medios”, y que estaban equivocados quienes defendían esa idea, hoy según parece en decadencia. Es evidente que todo vale, incluida la violencia callejera para obtener el objetivo propuesto. Parece obvio que la democracia es “relativa” y que si se actúa con “contundencia” se puede cambiar la votación legítima de un pleno municipal y además ser famoso, salir en la TV, ser imitado y ensalzado por otros ciudadanos “demócratas” de otras villas de la antaño llamada España, que se unen, raudos y veloces cual viento que surca la pradera, a los incuestionables y justos propósitos de los vecinos de Gamonal.

Y lo peor, digo bien, lo peor es que eso que yo “he experimentado” también lo han introyectado muchos jóvenes, muchachos, pipiolos, infantes, que se abren a la vida y que comienzan su existencia social con ejemplos como el de “Gamonal”. Luego nos quejaremos los llamados adultos de la violencia existente en los jóvenes, de la falta de respeto a las normas, del botellón y sus secuelas, de la ordinariez en las formas, de la ausencia de límites en sus conductas. En fin, los que peinamos canas, pondremos el grito en el cielo cuando el mocerío nos intimide con comportamientos autoritarios y con su tendencia al hedonismo e intolerancia. Estoy seguro de que dentro de unos días nos volveremos a lamentar de la violencia juvenil, sin darnos cuenta de que somos los primeros que, tristemente, la enseñamos e incentivamos.

Puede que el famoso bulevar burgalés (a mi modo de ver excusa falaz y absurda) no se haga nunca. Pero el daño que se ha hecho a la imagen no sólo de Burgos sino de la sociedad democrática española es irreparable. El mensaje claro es que con piedras y bronca se consigue mucho mas que con la ley y el orden. Y eso es una evidencia, no una creencia. Lo que ha quedado patente que es unos tres mil ciudadanos burgaleses (puede que hasta cinco mil o incluso diez mil), tienen más poder y fuerza que los otros cien mil, sobre todo cuando saben practicar eficazmente una lucha, no verbal y democrática, sino gestual y autoritaria.

Por último, sólo me resta felicitar efusivamente al señor alcalde de la villa burgalesa, a la sazón “cabeza de Castilla”, y a la corporación municipal en pleno por la inestimable pedagogía política que nos han transmitido en el conflicto. Mi sincera enhorabuena a todos los dirigentes públicos por su firmeza de ideas y la muestra de coherencia y convicción en los  proyectos que votaron y defendieron. Y por supuesto, mis felicitaciones también a los colectivos del ya famoso barrio “del Gamonal”, como dicen en los medios, por su “eficiente y rápida” táctica y por haber logrado sus propósitos. Eso sí, espero, y lo digo muy sinceramente, que no lo tengan que lamentar, cuando la inevitable marabunta populista haya pasado, y la normalidad vuelva a ser la habitual pauta de conducta. No en balde como dice el sabio aforismo: “En la vida no hay premios ni castigos, sino consecuencias”.