"Si después de pintar un cuadro no hay otras personas que lo disfruten el proceso creativo no tiene sentido"

Dice que pinta sin sentir apego por lo que crea porque piensa que es el espectador quien debe disfrutar de la obra. Pone toda su alma en lo que hace y así se refleja en su trabajo. Eduardo Laborda es pintor, coleccionista y, sobre todo, un amante de la cultura en todas sus manifestaciones. Lo siente y lo transmite. Lo vive. Y lo disfruta.

Zaragoza.- Renacentista, simbolista, barroco. Son algunos de los calificativos con los que se define Eduardo Laborda. Pero, ante todo, es pintor. Pintor “de los de antes”, dice, “como aquellos toreros o cantantes que se ganaban la vida con su arte para sobrevivir”.

Lleva 40 años pintando y por sus manos han pasado temáticas variadas, siempre con la constante de plasmar su particular visión del mundo. Un mundo que él mismo crea y donde se refugia, dejando a un lado la tecnología y reflejándola como un mito derrumbado.

Polifacético en el mundo del arte, también ha realizado esculturas, ha creado cine, es un gran coleccionista y colabora en multitud de foros dedicados a la cultura. No obstante, asegura no ser un artista. “Artistas hay muchos”, asegura. “Pintores, pocos”. Y él lo es. Por encima de todo. Conversar con Eduardo Laborda es sumergirse, con él, en su mundo fascinante.

Pregunta.- Para los lectores que no le conozcan, ¿quién les diría que es Eduardo Laborda?
Respuesta.- Me defino como una persona del Renacimiento, en el sentido de que me gusta tocar todo en el mundo del arte. He escrito, he pintado, he hecho cine en plan amateur… Todo lo relacionado con el mundo del arte me interesa y enriquece a mi actividad principal, que es la pintura. Soy pintor por encima de todo, no artista, artistas hay muchos, pintores, pocos. El oficio de pintor es una profesión que cuesta años desarrollar y llegar a adquirir cierto oficio. Se está perdiendo el concepto de pintor, de artesano.

P.- ¿Es ahí donde se siente más cómodo?
R.- Es lo que más domino, lo demás lo considero una actividad complementaria para no aburrirme con la pintura.

P.- ¿Cómo definiría lo que pinta?
R.- Es difícil de definir. En mi última exposición puse un subtítulo que decía: “simbolismo barroco”. En todo lo que pinto hay unos símbolos ocultos que quieren decir algo, y barroco porque es una pintura muy efectiva, muy teatral, es muy importante la luz, la distribución de los elementos… No me considero realista, ni hiperrealista, ni surrealista… Me defino como simbolista. El simbolismo era un movimiento que surgió a mediados del siglo XIX y eran unos escépticos del progreso. Soy un escéptico del falso progreso. Crearon su propio mundo y se refugiaban en él. Eso hago yo. Creo mi propio mundo y me olvido de la tecnología, en mis cuadros introduzco elementos tecnológicos pero degradados, como si fueran arqueología, como un mito derrumbado.

P.- A la hora de crear este mundo, ¿qué le inspira?
R.- Todo, pero principalmente la mitología clásica actualizada y la tecnología, que siempre aparece deteriorada, con mucha menos vitalidad que los elementos vivos como una persona.

P.- Y la mujer, ¿también es una inspiración?
R.- Sí. En el mundo de la historia del arte, como la mayoría de practicantes hemos sido hombres, hemos representado a la mujer, si hubiera habido muchas pintoras seguramente hubieran reflejado el mundo masculino.

Laborda cree que en Aragón hay buena cantera pero no se valora

P- ¿En qué se encuentra trabajando actualmente?
R.- Estoy preparando para dentro de dos años una retrospectiva de mi trayectoria de pintor desde hace 40 años. Empecé con 17 a ganarme la vida en este difícil mundo de la pintura, como los cantantes y toreros de otra época. Me defino un poco como artista de esa época, de gente que le gustaba tirarse al ruedo y sobrevivir.

P.- ¿Qué se podrá ver en esta muestra?
R.- Cuadros, alguna escultura, algún dibujo… Seleccionaré las mejores piezas, ¡espero! (sonríe).

P.- ¿Tiene alguna favorita?
R.- No siento ningún apego por lo que hago. En el momento en el que lo pinto pienso que es el espectador quien tiene que disfrutarlo. Desde los 17 años vendía obras para vivir y tenía bien claro que esos cuadros me ayudaban a seguir pintando. Si no hay un receptor no tiene sentido. Si después de pintar un cuadro no hay otras personas que lo disfruten el proceso creativo no tiene sentido.

P.- Dicen de usted que es un cazador de sueños. ¿Cómo se hace eso?
R.- (Risas) Yo creo que todos somos cazadores de sueños, unos lo dicen y otros no. O lo saben plasmar o no. Todos somos cazadores, con la imaginación, con la pintura, con la literatura, con el periodismo también…

P.- Colabora en diferentes actividades culturales como la de editor de revistas como "La avispa" o "Pasarela", tertulias y diferentes foros… ¿Qué le falta a Aragón en materia de cultura?
R.- Faltan muchas cosas. Lo primero, quitarse ese complejo provinciano que tenemos de valorar más lo que viene de fuera que lo de aquí. Aquí se hacen grandes cosas pero no las valoramos, preferimos siempre lo de fuera. Por lo demás, la política cultural siempre tiene sus fallos porque generalmente está en manos de gestores y de gente que ve el arte como una actividad fría, como un florero para adornar la sociedad, y es mucho más.

P.- Y creadores, ¿hay buena cantera?
R.- En Aragón siempre ha habido gente de primera línea en todo. Pero ese provincianismo ha evitado que se les reconozca aquí y se tengan que ir fuera, que es realmente donde se les valora. Es un tópico pero es verdad, y seguimos igual, pasa en todo.

P.- También es un gran coleccionista, ¿cómo comenzó esta afición, qué colecciona?
R.- El coleccionismo está muy vinculado al fetichismo y es muy de los hombres, hay pocas mujeres coleccionistas. El origen quizá está en la infancia, cuando empiezas a coleccionar cromos y más cosas. Lo retomé hacia los 20 años y desde entonces he sacado unas teorías, que no son únicas y hay mucha gente que piensa igual, y es que los objetos tienen su propia energía, que adquieren de sus dueños, y de alguna manera son ellos los que te eligen a ti. Sobre eso tengo muchas historias y he escrito un libro que habla de este mundo y de sus energías.

P.- ¿Y qué objetos le han elegido a usted?
R.- Muchos. Por ejemplo, uno de mis mitos cinematográficos es Buñuel. Tengo un jarrón que sale en “Tristana” en una escena fundamental donde coincide el pintor con Fernando Rey y se están disputando a la protagonista. Está en mi casa. Ellos me buscan a mí. Ahora ni me esfuerzo, me vienen.

El libro refleja el punto de vista más personal sobre Zaragoza

P.- Escribió “Zaragoza. La ciudad sumergida”. ¿Cómo es esa ciudad para usted?
R.- El libro habla de esa ciudad que cada uno tenemos en la cabeza. Para cada uno la ciudad es diferente. La que yo presento es la mía, la que he ido descubriendo a través de la magia y la energía de esos objetos. Salen carteles, fotografías antiguas que me he encontrado en la basura o que he encontrado. Es mi ciudad sumergida desvelada a través de esos objetos que me han buscado, cuento su historia, cómo los he encontrado, anécdotas…

P.- ¿Ha cambiado mucho esa ciudad?
R.- Siempre. Las ciudades son elementos vivos en continua transformación y cada uno la ve diferente, y por eso nunca coincidimos cuando opinamos sobre una ciudad. Es un elemento vivo. La componen las personas.

P.- ¿Qué le queda por hacer?
R.- ¡Muchas cosas! (Ríe) Espero vivir bastante para hacer muchas cosas. En la cabeza tengo multitud de ideas. Retomaré la edición de algún libro sobre la ciudad. Me gustaría hacer una historia del arte menor, secundario, de los olvidados, por ejemplo, decoradores, escenógrafos, dibujantes, publicistas… Ese mundo que nos acompaña todos los días y al que no damos valor. Son mucho más importantes que un pintor o un escultor porque nos educan nuestra forma de ver, de sentir. Como los cuentos de la infancia… Es algo mucho más importante en nuestra formación que una pintura que la vemos ya de mayor. Ya tengo un segundo libro que trata sobre un personaje que he descubierto y me ha llevado 20 años reconstruir su biografía partiendo de cero. Es un ilustrador que fue famosísimo en los años 20-30, Manuel Bayo Marín, y cayó en el olvido después de su muerte. Lo he rescatado y quiero completar de 1908 a 1928 y de 1953, cuando muere, a principios de los 70, que es cuando surgen las nuevas tecnologías en el mundo de la ilustración, cuando lo manual ya desaparece.