"Falsear los antepasados es traicionarse a uno mismo"

Víctor Barón Ramón, nacido en Zaragoza en 1951, ha publicado "La Bal de Chistau con nombres y apellidos", libro en el que traza más de doscientos árboles genealógicos por apellido y localidad, desde el siglo XVI hasta la actualidad. Su entusiasmo le ha llevado a investigar, escribir y publicar este libro sin ninguna ayuda económica.

Zaragoza.- Bucear en el pasado no es un asunto fácil. Quienes aman la genealogía saben qué se siente cuando se halla un documento fundamental quemado, o la alegría de encontrar a ese ancestro escurridizo al que durante tanto tiempo se andaba buscando. Víctor Barón conoce muy bien esas sensaciones, pues lleva veinte años elaborando árboles genealógicos basados en documentos fidedignos, su gran pasión.

Pregunta.- Buscar las raíces de la genealogía de todo un valle debe de ser complicado. ¿Cómo una persona se lanza a buscar los orígenes una zona tan vasta?
Respuesta.- En principio uno recurre a lo más elemental, el registro civil de los ayuntamientos, pero no siempre existen. Cuando están completos datan de 1870, que es cuando nacen, pero normalmente están quemados. El siguiente paso es acudir a los archivos parroquiales de las iglesias. Entonces, si se tiene suerte, uno puede remontarse hasta el año 1550, o antes. Eso no me ha ocurrido a mí, ya que en el valle están quemados; me he podido remontar hasta el año 1700.

P.- Esa quema de documentos supone una dificultad añadida a la tarea de investigación y además, ¿la información está en distintos lugares?
R.- El resto de información la he tenido que conseguir de dispensas matrimoniales, pleitos, de todo tipo de documentos que he ido sacando de protocolos notariales de todos los archivos históricos de Barcelona, Madrid, Zaragoza y Huesca. Además, he visitado Salinas, Saravillo, Serveto, Sin, Señés, Plan, San Juan de Plan y Gistaín.

P.- Y una vez recopilados todos los documentos necesarios para elaborar todos los árboles genealógicos, ¿cómo los ha organizado para utilizarlos?
R.- Estos documentos me han ido sirviendo para ir reconstruyendo todos los árboles genealógicos del valle. Al decir reconstruir, no me refiero a lo típico, que es ir a un registro civil o a uno eclesiástico para ir tomando nombres; es mucho más que todo eso. Nos encontramos con documentos quemados en los que tengo que ir buscando personas como si se tratara de un puzzle, e ir uniéndolos. Es una labor inmensa que nunca se acaba.

P.- Una de sus pasiones es ésta, la de buscar los orígenes de sus ancentros. ¿Qué le mueve definitavemente para embarcarse en algo tan costoso?
R.- La verdad es que esto se hace esperando una respuesta de la gente, a la que comentaba mis adelantos sobre sus tatarabuelos; si ves que no importa, te vas desilusionando. Por el contrario, si ves el brillo en sus ojos, que se ilusiona, te vas animando. En cuanto a respuestas, he tenido de todo, pero la verdad es que este valle es agradecido. La tradición de contar la procedencia de las casas en torno a los fogariles siempre ha sido algo consustancial a la vida de este valle.

El trabajo de documentación para el libro duró varios años

P.- ¿Cuál es el objetivo que persigue su libro desde que comenzó su búsqueda?
R.- Es uno de mis sueños, buscar el culto por los antepasados y transmitirlo. Escribir este libro es una invitación a cada uno a reencontrarse con sus antepasados. He tratado de que la gente medite y se reencuentre con su pasado, que muchos han olvidado.

P.- A lo largo de su investigación ha debido de pasar por muchas situaciones y conocer asuntos curiosos. ¿Qué le llamó más la atención de toda esta trayectoria?
R.- Una anécdota que me llamó la atención trataba sobre la administración de la justicia en la Bal de Chistau. Era la narración de un juicio celebrado en torno a 1700, al que asistían varios testigos y recordaban las horcas que existían en la plaza, su sitio concreto, y cómo ajusticiaban a la gente. Lo relataban con total naturalidad.

P.- En su pesquisa habrá tenido acceso a muchos documentos para poder consultar. ¿Están bien conservados los documentos en Aragón?
R.- Falta mucha documentación. Desde luego, con una documentación completa, esto hubiera sido labor de cuatro días. Desgraciadamente, muchos documentos han desaparecido, hay muchas lagunas, lo que hace muy difícil la investigación. Yo tengo una cierta facilidad, porque llevo mucho años en esto y sé dónde encontrar las cosas. Además, estoy muy bien relacionado con algunas instituciones y curas, saben lo que estoy haciendo y no me ponen problemas para trabajar. Se ha quemado mucha documentación, pero también existe mucha extraviada o en sitios privados. La cuestión es saber encontrarla.

P.- Aragón es muy extenso. ¿Qué tiene de especial la Bal de Chistau para haberla elegido como foco en el que centrar su atención para su búsqueda?
R.- Tienen otro talante, sienten su tierra y saben quiénes fueron sus antepasados: eso es de agradecer. Esto me invitó y me llevó a averiguar el pasado que ellos desconocen. Antes de comenzar este proyecto, estaba documentándome para elaborar los árboles genealógicos de la zona de Los Monegros, pero a nadie le importaba, así que lo dejé.

P.- Con frecuencia vemos que se asigna una apellido a un escudo en concreto. Sin embargo, ¿qué relación existe entre un apellido y un escudo?
R.- En principio, los apellidos no tienen escudo, eso es tajante. Sólo obtuvieron escudo ciertos linajes de un apellido, ciertas familias, en un momento concreto. Pleitearon o pagaron por él, lo conservaron, y nadie lo pudo tener a la vez, solamente lo podía ostentar esa familia. Eso se vende ahora como si fuera algo genérico, pero eso no es así. Tampoco quiero quitarle ilusión a la gente, yo lo respeto. Desde luego, yo prefiero buscar la verdad, y eso sólo se puede hacer mediante la elaboración de un árbol genealógico”.

P.- El inventar orígenes ilustres donde no los hay, ¿supone en parte olvidar el pasado y lo que uno es?
R.- “A veces resulta triste comprobar cómo ciertas personas adoptan antepasados que tienen más lustre, que normalmente aparecen en los escudos de armas con grandes leyendas, que se pueden encontrar en muchos sitios, y repudian a sus verdaderos antepasados; están adoptando unos nuevos, y a los auténticos los están abandonando. Eso es traicionar a los ascendientes y a uno mismo. Bastante les tocó pasar a estas personas en el pasado, como para que ahora sus descendientes pasen de ellos olímpicamente. Esto no es general, pero es bastante habitual. Nadie se preocupa por buscar a sus auténticos antepasados. Las leyendas sirven sólo para ciertos linajes y ciertas familias.

P.- Además de la escasez de los documentos muy antiguos, ¿se encuentran otras dificultades añadidas?
R.- Según se va buceando en los documentos del pasado, se da uno cuenta de lo complicado que es y de lo que pueden dar de sí los errores gráficos del escribano de turno. Quien está recogiendo una información que le transmite una persona que probablemente no sabe leer, que si se equivoca al deletrear las palabras, está cambiando un apellido. Eso era común en una época en la que la documentación era escasa. Nos tenemos fiar de a lo que nos lleve nuestro árbol genealógico. A mí no me valen las especulaciones, sólo los documentos que veo escrito.

P.- Toda su investigación e, incluso, la redacción del libro, ¿le han ayudado a comprender cómo vivían las gentes de aquella época?
R.- Hago una referencia a los oficios y lo que he ido encontrando ha completado los árboles genealógicos. Por ejemplo, he elaborado un árbol genealógico del apellido Ferrer, familia en la que todos eran herreros, ferreros, y mantuvieron este oficio durante muchos siglos. De hecho, es posible que tomaran el apellido del oficio, como ocurrió en muchos pueblos. Lo mismo ocurrió con los apellidos Bataneros, o los Fusteros, carpinteros.